Hoy no, no habrá recetas dulces ni fotos sexys de bollitos recién horneados, humeantes y tiernos. El post de hoy es uno de esos que no gusta escribir porque sabes que puede hacer daño y nos encanta ser positivos pero críticos. Más críticos aún cuando miras la cartera y parpadeas perplejo pensando en cómo te acaban de violar la VISA, el orgullo y el paladar sin miramientos y después te han preguntado si te ha gustado.
Somos de comer, nos gusta salir el fin de semana y, qué diablos, a veces también los días laborables nos encantar escaparmos a almorzar o cenar por aquello de salir un poco de casa y despejarnos. Tenemos nuestros sitios, una suerte de casillas del parchís donde sabes que nadie se va a comer tu ficha y que pase lo que pase es valor seguro, pero a veces nos aventuramos.
Aquel domingo lo hicimos y nos calzamos el pantalón de comer de Joey Tribbiani. ¿Valor seguro? Nah, le echamos testículos y nos aventuramos acudiendo a aquel pub al aire libre y ahora también restaurante italiano... Joder, ya pintaba mal. Pub y restaurante italiano suena a monja-prostituta o mamporrero-microbiólogo-mutante-ninja-adolescente. Algo no cuadra pero te arriesgas a que salga bien recordando que a José Luís Moreno no le fue mal del todo la jugada.
Ya sabéis como funciona esto cuando entráis a un lugar y no hay nadie. Puede ser que sea demasiado temprano, demasiado tarde, demasiado nuevo o algo peor. Esperas que sea cualquiera de lo anterior excepto lo último. Aún así nos sentamos y comenzamos nuestra gastro-aventura con un carta escueta que incluía cuatro tipos distintos de ensalada, pizzas y apenas un par de variedades de pasta corta y larga con algo más de media docena de preparaciones diferentes. Buscamos hasta debajo de la mesa y jamás encontramos referencia alguna a la pasta rellena. Sí, como leéis, no-había-pasta-rellena. Otra alteración en La Fuerza y mientras tanto veía como el ceño de Mariades iba frunciéndose hasta casi unírsele la frente con la punta de la nariz. Estaba aterrorizado. Finalmente acudieron para comentarnos que había platos fuera de carta y ¡voilá! había un par de ellos que incluían pasta rellena, entre ellos unos ravioli grandes del chef (*bufido de alivio*), y a la espera de que nos comentara qué incluía la receta, mostramos nuestra aprobación y ordenamos una ensalada mediterránea y unos fetuccini picantes con gulas, tomate y champiñones.
Tras unos tensos momentos nadie vino a decirnos qué llevaban los ravioli gigantes, "raviolones" o como quiera que se llamen, así que asumimos que quedaba a juicio del chef, agachamos la cabeza y rezamos para que no tuvieran roquefort. Algunos chefs tienen ese pequeño vicio de "sorprender" repitiendo un mantra a base de roquefort, vinagre balsámico o reducciones de vino dulce. ¿Recordáis "dónde-está-el-pequeño-saltamontes"? Pues igual, sabes con qué te sorprenderán antes de que lo hagan. En ese momento supimos que nos habíamos convertido en sumisos y no en clientes.
ESTA ENSALADA ESTÁ MUY VIVA
Comenzamos con una ensalada mediterránea simple, sencilla y pequeña al extremo. Algo de york, algo de atún, lechuga y tomate. ¿Maíz? Venía en la carta, pero no lo encontramos, pero sí encontramos bichos. Hacía años que no encontraba bichitos negros y pequeños en una lechuga comprada en el supermercado, pero acababa de hacerlo en mi ensalada de 9 EUR. Mariades amarilleaba y yo le decía: -¡mira, estamos junto a un patio enorme y frondoso cargado de vegetación, es normal! Por supuesto mentía como un bellaco mientras la observaba escudriñar cada trozo de lechuga como quien tasa un diamante. Acudid al McDonalds y en lugar de las patatas del menú, pedid ensalada. La que os pongan será más fresca, más variada y buena, y además no mucho más pequeña que la que nos sirvieron.
ALGUNAS SEGUNDAS PARTES NUNCA FUERON BUENAS
Aparecieron los segundos platos y por suerte el roquefort no entraba en escena. ¡Genial! Mis fetuccini con tomate natural, gulas y picante presentados en un "Don Quijote", uno de esos platos redondos y gigantes con un agujero central, no tenían buena pinta. Parecía una mezcla rápida de todos los elementos por separado, de hecho el sabor coincidía por completo con la primera apreciación. Llegaba el sabor de la pasta por un lado, el tomate natural por otro y las cuatro gulas con los champiñones salteados por otro. La sensación reinante era la del picante pero en ningún momento existía unión de sabores, el plato carecía de cuerpo, nada ligaba con nada. Eso sí, era ligero, se escurría por mi boca como un bobsleigh fuera de control. El Niño Jesús empezó a llorar y el cielo se nubló.
Con los ravioli de boletus hubo más suerte. ¡Boletus! por fin creíamos conocer la sorpresa del chef. Enterrados en una salsa de tomate con un punto de queso parmesano, obviamente tenían más cuerpo y mejor pinta que mis tristes fetuccinis. Sin embargo a la vista la salsa lucía un aspecto cortado, poco integrado y, aunque de sabor no estaba mal, las pintitas blancas repartidas por todo el tomate resultaban desagradables y te hacía pensar en un enorme paquete de queso parmesano en polvo, de andar por casa, de supermercado, del que no funde y el más barato del lugar, utilizado para aderezar la salsa de nuestro plato. Pero no, la sorpresa del chef era que bajo el tomate sólo había tres, ¡Tres putos ravioli!
EPÍLOGO
Tras pagar nuestro "tentempié" de más de 35 EUR, y aunque la voluntad parecía buena, el propietario nos comentó que él era nuevo en la escena pero que el chef llevaba tiempo en ese ámbito, así que cogimos el coche y fuimos a otro lado a comernos un croissant de york y queso para terminar de almorzar sin morir de inanición.
En serio, ¿por qué pasan estas cosas?, quiero decir, entendemos que un negocio tiene gastos, muchos gastos. Si intervienen perecederos es aún peor, pero el negocio de la pasta es muy agradecido. Una buena materia prima y un poco de amor al elaborar el producto puede dar resultados espectaculares.
Solo estábamos dos en el restaurante, el cocinero podría haberse lucido, podría haber besado cada una de las gulas de mi plato y haberle hecho el amor (en sentido figurado, por Dios) a cada uno de los ravioli -no habría tardado demasiado a juzgar por la cantidad-. Tenía tiempo, no había presiones pero hay veces que querer estrujar la vena del negocio por lo bajo tiene consecuencias. La comida italiana en Jaén tiene grandes y buenos referentes y si tu intención no es diferenciarte, al menos haz lo mismo pero hazlo bien. Ofrece algo más normal, más cantidad y sin bichos. Ofrece algo que al menos uno no pueda elaborar en casa mucho mejor y a mejor precio.
Hemos sacado la libreta negra de tachar lugares.