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Al primer bocado desconcierta. Es una mezcla extraña, blandita pero crujiente, acaramelada, tostada, dulce e intensa. El sabor a nueces comienza a extenderse y los matices a mantequilla se manifiestan suavizando el conjunto y envolviéndolo en el paladar. Este desconcierto te empuja a otro bocado, entonces la amígdala responde vertiendo un camión cisterna de endorfinas que recorren todo el cuerpo erizando cada vello, e irrigando cada centímetro cuadrado de piel. ¿Erecciones? Algunas se habrán dado, es cuestión de preguntar.
Esto ya es suficiente para crear la dependencia que generan estas barritas crujientes de miel y nueces, porque a estas alturas ya estarás enganchado y no podrás dejarlas. El azúcar te dilatará las pupilas, la miel se mezclará con las nueces y se adherirá a tus encías, tendrás que rebuscar con la lengua y eso te hará mover la mandíbula de forma extraña. Un poco de descoordinación puntual por aquí, un tartamudeo ocasional por allá y ¡voilá! un pase directo al "Proyecto Hombre" por cortesía de una receta de categoría.
INGREDIENTES
PARA LA BASE
200gr. de harina
75gr. de azúcar moreno
125gr. de mantequilla
Una cucharadita de sal
PARA LA COBERTURA
250gr. de nueces
160gr. de azúcar moreno
100gr. de mantequilla
100gr. de miel de caña
80gr. de nata para montar
PREPARACIÓN
A veces los sabores más intensos y las recetas más espectaculares surgen a partir de una simplicidad tan pasmosa que asusta. Los pasos son terriblemente sencillos: preparar una base de masa mezclando todos los ingredientes de la base hasta conseguir una textura de migajas sueltas.
Para eso se mezclan los ingredientes de la base a mano o en una amasadora a velocidad lenta hasta conseguir ese aspecto desmigado, similar al pan rallado. Ojo, porque si batís demasiado rápido u os descuidáis, corréis el riesgo de que las migas se fundan convirtiéndose en una masa compacta casi imposible de trabajar y extender, y no, no queremos eso, no señor. Cuando una bandada de gorriones se posen en el borde del recipiente y comiencen a picotear, los espantamos, limpiamos las cacas y extendemos las migas en una bandeja, fuente o molde forrado con papel de horno, aporreándola inmisericordemente con una paleta o un tenedor hasta conseguir una base bien compacta de aproximadamente 1cm. de grosor.
El papel de horno es total y absolutamente imprescindible. El mejunje final no sólo es tremendamente adictivo, además resulta excepcionalmente pegajoso. Hemos visto albañiles levantando tabiques con estas barritas a la vez que espantaban a las moscas. Obviad el papel de hornear y tendréis que contratar a una cuadrilla de gatos hambrientos para poder separarlo de la bandeja.
A continuación precalentad el horno a 180ºC e introducid la base unos 15 minutos a ésta temperatura. Lo suficiente para cocer ligeramente la masa, no esperéis grandes cambios al respecto. No la veréis más tostada, ni cambiará de color, solamente se endurecerá y apelmazará ligeramente.
Mientras tanto es hora de preparar el engrudo más sexy al que os hayáis enfrentado jamás. Para ello calentamos en un cazo todos los ingredientes para la cobertura excepto las nueces, que habremos apartado y troceado en pedacitos no excesivamente pequeños. Imaginad que obtenéis un placer indescriptible introduciendo frutos secos por vuestros orificios nasales. Ese es el tamaño aproximado que deberán tener nuestros trocitos.
Al cabo de unos segundos la mezcla habrá empezado a fundirse y a espesarse. Sin parar de mover, cocemos hasta que todos los ingredientes se hayan integrado y ojo con los salpicones, una gotita y dada la consistencia y el espesor de la mezcla, apañaréis una quemadura bastante divertida. En caso de holocausto zombie, o si una horda de lanceros de los Lannister tratan de tomar vuestro domicilio, ollas hirvientes del mejunje estratégicamente vertidas desde vuestra ventana, los diezmará. Precaución, que lo carga el diablo.
Con la mezcla bien integrada y todos los ingredientes fundidos, añadimos las nueces, removemos un poco y extendemos la cobertura sobre la base que elaboramos anteriormente lo más uniformemente posible.
Volvemos a introducir la bandeja otros 20 minutos a 180ºC, o hasta que la cobertura empiece a hervir a borbotones cual magma.
Una vez cocido el experimento, lo extraemos del horno, dejamos que se enfríe y desmoldamos para cortarlo en barritas monodosis de puro placer.
Energía en estado puro para las horas de gimnasio y cargadas sólo con los ingredientes más naturales y sanos de la despensa mediterránea. Cada una de ellas da para una buena sesión de cardio. Si eres más de comer frente al televisor, compra un rollo de cinta adhesiva y pégalos directamente al michelín, porque es ahí donde van a ir a parar hagas lo que hagas.
Como somos gente atrevida y muy, muy, muy loca, empleamos miel de caña para aportar al experimento un toque más tostado, diferente e intenso en sabor, que puede sustituirse por miel de abejas para un paladar más suave y tradicional, digno de afeminados incapaces de aguantar un puñetazo en el cielo de la boca. Tranquilos, os entendemos.
La otra opción pasaba por alquitrán y cocaína, pero eso ya lo dejaremos para otra receta.
¡Ah, recordad almacenar las barritas en la nevera o en un sitio fresco! Tienen cierta tendencia a sudar y a derretirse a temperaturas medias. ¡Bon apetit!
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